Agua pálida el rugido del desierto. Los pasos del hombre
salivando sediento. El hombre al borde de un decir en el silencio-arena. Ni por
una vez quiere partir. Uno es siempre.
Y pálidos se vuelven los gestos, y las calles, y el oasis más
que oasis es reflejo de la desesperación del hombre ese que atrapaba sentidos,
y tenía lengua y tenia voz.
Pero iba muriendo, embebido en la opulencia, por la sed
dimesional de sus nudos fervientes.
Qué es esto de no poder, tan siquiera, andar infeliz.
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