jueves, 28 de marzo de 2013

Confesiones de invierno


Una vida sin la música de Sui generis no podría ser mejor que una vida con la música de Sui generis. Pensalo.





Me gustan las milanesas de soja.



jueves, 21 de marzo de 2013

Epifanía

        A veces me pregunto si la niña que fui estará orgullosa de mí, es decir, si aquella pequeña versión mía que inevitablemente quedó atascada en el tiempo, al mirarme desde algún lugar no sé cuan lejano se sentirá a gusto con lo que es hoy…
Fue ella quien con el corazón de estreno y un alma anclada de sueños se pensaba..
¿Te habré decepcionado? o comprenderás, ya que en todo caso estamos hechas de lo mismo, que los errores dejan más aprendizajes que los aciertos, y que estás fallas no son fallas si no intentos.
¿Me mirarás desde tu hogar infinito y sonreirás? ¿Te hará feliz saber que conservo tu esencia? ¿Te hará feliz saber que llevo tu impronta en la simpleza de todo lo que soy?
Que en la vorágine de estos tiempos administrados en calendarios, relojes y asuntos pendientes tu recuerdo es un alivio de canción de caja musical, que me envuelve y traslada levitando hasta tu casa… y ahí estás vos, buscándole un rostro a los adornos.
Que te veo reflejada en cada nena de ojos negros y lacónicos que pose la mirada en mí por unos segundos. ¿Sabrán ellas que yo fui vos, y que vos sos en el plano cristalizado igual a ellas?
¿Seré la suma perfecta de todo lo que coleccionaste, o se me habrá perdido alguna pieza por el camino?
¿Me darás la mano, esa mano atemplada, flaca y con las uñas comidas cuando este desamparada?
¿Me soñarás en todas tus lunas para que en mis soles tenga como misión lograr que esos deseos se vuelvan reales? ¿Lo logro acaso?
No lo sé, probablemente nunca lo sepa, pero estas preguntas no son retóricas. Están acá, esperando traspasar ese mundo de averiados engranajes de espacio y tiempo para encontrarte. Es la utopía que más me incentiva a seguir conquistando vida, para que ahí sigas, en el alma de mi alma.

domingo, 17 de marzo de 2013

Gris

Hay un débil faro de zoológico atardecido trastocando a un elefante gris y a las manos de una solitaria transeúnte, que va pensando en que si el viento fuera de algún color, seguramente sería el tono de ese elefante, con suaves destellos celestes.
Por la calle pasa bailando un sombrero perdido. ¿Podrá tener razonamiento ese sombrero sin cabeza? Se estaciona cómodamente sobre un colchón de hojas, pero su destino se determina en la dentadura de un perro gris, como el elefante y como el viento.
Lo pasea con tal gracia, que sus ojos de can le permiten percibir una sutil reverencia que le regala la naturaleza tras su paso. Satisfecho por la adulación y cansado ya de morderlo, lo deja en un charco de agua estancada, turbia y gris, como el elefante, el viento y el pelaje del susodicho.
Un anciano de aspecto tranquilo y saludable lo ve, lo junta y lo sacude. Luego lo sostiene con una mano sobre su pecho y cruza silbando por el parque, para dirigirse quizá hacia alguna reunión. Y con una destacada elegancia se va desvaneciendo del foco de la escena, realzando a su paso los grisáceos recuerdos del color que detalló esta historia.