Suena el despertador. Fulana se levanta y
empieza a vestirse. Mengano la observa, un poco doliente porque sabe que pronto
ella cruzará la puerta para irse.
–Erase una hora insolente en tu sien, sondando un punto irreverente
preparado para la fuga. Erase el tic-tac más cruel del mundo, un vil
transcurrir hacia la nada.
Fulana cepilla su pelo.
–Quedate
un ratito más. Prometo guardar mi lirismo en una alcancía.
Fulana está agachada buscando sus aritos de perla por el suelo.
–Y después
vamos a comprar caramelos, de esos que traen adivinanzas.
Fulana guarda algunas pertenencias en su cartera.
–Te gustan esos caramelos con esas adivinanzas que siempre son las
mismas, y no te gustan mis maneras de expresarte lo que siento, que siempre son
diferentes.
Fulana abre la puerta y se voltea para mirarlo, seria.
–¿Qué soy
excesivamente dulce? ¿Eso me querés decir? Pero yo… ¡yo no produzco
caries!
La
moraleja queda a cargo del lector
Hay persona que las palabras muy dulces no las toleran prefieren susurros simples y escasos y palabras que lleven esa parte dulce.
ResponderEliminarBesos
Está muy clara la moraleja... cuando ya no llueve dulzura... es cuando se echa de menos... allá cada cuál con las manías y los desaires a la forma de expresar los sentimientos.
ResponderEliminarMil besitos, Rosario.
La moraleja que saco yo es que ella está tarada y es carne de psicólogo. Hay mujeres que reaccionan mejor a un "puta" que a las buenas palabras, porque están acostumbradas al lenguaje tóxico, y por lo menos saben cómo reaccionar. También se me ocurre que el tal Mengano es el amante y lo de los caramelos es un ataque indirecto a la vida que elige Fulana cada vez que se va.
ResponderEliminarLa poética no debe salir de su contexto, sino queda un tanto ridiculizada. Ademas la dulzura en exceso empalaga. Entiendo y comparto la actitud de Fulana.
ResponderEliminarTal vez sea un poco exagerado el lenguaje, pero la también lo es la reacción de ella.
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