Se me desdibuja tu anatomía a medida que la mía se transita, se me
desgrava la ligereza de tu voz cuando mis cuerdas te llaman. Solo te insinúas,
hasta lo abstracto, donde te escapás por las grietas cada vez mayores que van
turbando la dimensión que antes habitaste.
Mientras tanto, estoy rogando que me aturdas con una canción de
luna imponente y oprimas mis preguntas ensordecidas.
Te escribo palabras hilvanadas por el viento, me aferro a
creer que sos vida en destierro de su cuerpo, y le encomiendo al silencio tu
nombre.
Si, tu nombre, que al invocarlo se enciende y en mi lengua de
lágrima salada, de ceniza se vuelve. Tu nombre, que en mi boca seca y enmudece.
Tu nombre, velado hasta lo eterno, y amoldado acá en residuos del descarte de
lo que ya no sos.
Y en defecto, te volvés invisible.
Y te escurrís en palabra hueca y enajenada, porque solo
hay vacío que no atravesás para responderme. Más es la idea
empedernida la que te resucita de la niebla.
Fantasma inconcluso con atuendo de vida. Cuerpo sin forma ni
sustancia armado de memorias indigestivas.
Es esta resignación a la vacuidad lo que se vuelve algo enfermizo,
pero no es tu culpa si tan impotente te imagino.
Más es tu presencia mítica chispa vital, lo sienten todas mis versiones,
quienes van a quedar para siempre incompletas si en algún momento no resurges
de lo etéreo.
Por
favor.