Mi ropa
siempre tiene un aroma extraño, como olor a humo. No creo que sea desagradable,
supongo que ese olor dice algo sobre mí, y yo no me considero una persona
desagradable.
En casa
amanecemos con la luz del sol, pegándonos en los ojos, a menos que esté
nublado. Mamá tiene pecas en la cara, de cerca son varias. Le recuerdo que es
linda, ella cree que yo también y me lo dice, pero todavía no estoy segura de
serlo o no, porque todos los días me encuentro distinta en el espejo.
Ella sale
primero de la cama. Mi hermano es quien más tarda, pero quien más rápido se
quita los restos de sueño. Lo primero que pienso en el día es en si las ruedas
de la bicicleta estarán o no bien infladas, y en si la gente estará resfriada y
tendrá algo importante que anotar hoy en sus agendas, es que nunca quiero tener
que llegar hasta última avenida.
El viento
de la mañana es un tanto cruel, ni hablar cuando viene en contra. En cambio la
niebla me da paz. Mamá dice que la niebla es peligrosa, y que tengo que andar
despacio en días como esos. Después de dejar a Santiago en el Jardín pedaleo
hasta Avellaneda y Mendoza. Una vez que la sillita de atrás va vacía acelero,
porque la velocidad me hace vibrar el corazón, también me distraigo cantando
alguna canción o mirando vidrieras de juguetes o ropa al pasar, algún día voy a
ponerme ese vestido celeste con rayas anaranjadas. Igual tanto no me despisto;
los autos a veces se creen dueños de las calles.
Soy la nena
de las lapiceras y los pañuelos descartables. En realidad ya no tan nena, tengo
doce. No me gustan las manzanas cubiertas de caramelo y pochoclos, porque me
pegoteo toda la cara, para al final terminar comiendo una manzana común y
corriente y tampoco me gustan los días de lluvia, sobre todo porque la venta se
vuelve difícil, y tengo que recorrer más de una avenida para no volver con las
manos vacías, y aunque sé que mamá no va a enojarse, la noto preocupada cuando
eso sucede.
La gente
es amable, no toda claro. Pero yo pienso que la mayoría sí, porque sino
sentiría miedo y nunca saldría a ningún lado. Dice mamá que si ella puede
distinguir a la buena gente de la mala no debería ser muy complicado para mí,
que además puedo verlas. Ella dice que le pida a Dios y él me va a cuidar. Yo
siento que ese señor invisible es un chanta y bien puedo cuidarme sola. Si
tanto nos ama, entonces… nada, mejor no digo nada.
Nosotros
vivimos en un vagón de tren al borde la ciudad, y lejos se encuentra la gente y
las casas y las luces. Me gusta tener un río tan cerca, y dormirme a veces
escuchando la música que hace toda ese agua cuando la empuja algún viento.
Una vez
terminé antes, porque un colectivo del que se bajaron estudiantes del interior
me compraron todo y cuando volví a casa mamá lloraba, así qué salí despacio
para no hacer ruido y llamar su atención. Esperé sentada fuera del vagón para
hacer tiempo hasta que sea la hora de cruzar la vía nuevamente para
ir a buscar a Santiago al Jardín. Faltaba una hora y media. Un día me
contó que en la sal de las lágrimas se va toda la amargura.
Como era
otoño casi no había pasto, pero si algunas hojas en el piso caídas del árbol,
que tiene gruesas raíces para sentarse. Agarré una rama para buscar lombrices
en la tierra y dejar pasar el tiempo hasta el mediodía.
Mi
hermano no habla demasiado, en cambio si lo hace con unos muñequitos de
soldados con los que juega. Debe ser por eso que tampoco tiene tantos
amigos, aunque le gusta ir a los cumpleaños de sus compañeros a comer
golosinas, saltar en el inflable, agarrar alguna chuchería en la piñata.
Las
chicas de las escuelas cercanas a dónde me detengo a vender, a veces me miran
mal. Tienen puestos lindos uniformes. Hace varios días mientras le desenredaba
la cadena a mi bicicleta, una se me acercó y me dijo que le gustaba mi pelo. No
creía qué mi edad fuera la misma que la de ella y tampoco que no tuviera
feisbuc. Me gustaba que se llamara Lucía, porque en los cuentos de mamá la
chica casi siempre lleva ese nombre.
El lunes
un grupo de chicos, tal vez uno o dos años mayores que yo, me preguntaron qué
vendía. Uno de ellos tenía el pelo enrulado por los hombros y una bufanda azul,
dijo riendo que siempre perdía biromes pero hoy no traía nada de plata para
comprarme. Ayer, antes de ir a la misma parada dónde lo había encontrado, las
saqué todas de la caja y las apretuje con las manos, las besé, las volví a
guardar y en la esquina esa de Oroño y San Juan esperé a qué viniera a comprar
la lapicera, que se quedó en mí, conmigo encerrada.
Por la tarde
no tuve hambre y fue muy raro, como si no existiese nada más que esto nuevo que
me estaba pasando y como si ya necesitara nada más, parecía que en mi estómago
había algo, una mariposa. Me daban ganas de bailar. Pero después creí que tal
vez estaba embarazada y me asusté. Me quedé en un rincón de la cama pensando en
que qué iba a hacer, seguramente tendría que buscar a ese chico para avisarle
que iba a ser padre y así luego irnos a vivir juntos, pero tampoco quería dejar
a mi familia. Tenía que hacer algo, que pedir ayuda y por suerte mamá estaba
ahí.
-Estás
enamorada -dijo, calmada y sonriente.
Estoy
enamorada, suspiré. Ya más aliviada le hice unas preguntas sobre el tema, y
gracias a mi curiosidad me contó que ella misteriosamente también tenía
esa mariposa, y revoloteaba cada vez que nos sentía llegar o nos escuchaba reír a
Santiago y a mí.
Fue de lo
mejor saber su secreto, entonces descubrí que no solo en los cuentos existe
algo mágico, porque tiene una mariposa suya que le hace sentir esto que es como
una cosquilla, o una chispa, bien aún no sé, pero es lo más parecido a volar y
ahora sé que mamá puede volar de a ratos, todos los días.
Cómo crear algo bello entre tanto malestar... Muy buen texto Julia.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Ante todo destaco el discurso acorde tanto en puntuación y léxico a lo esperado en una niña de doce años, lleva su trabajo la narración en estilo directo, pero vale la pena en el resultado sin duda, llega de otra manera. Ese “feisbuk” y los sutiles indicios de la ceguera de su madre. La historia es conmovedora, la trama original y contada con ingenio. Hilando fino, las rayas de dialogo en este caso son guiones, y no es el símbolo preciso, la raya es más alargada que el guión. En fin, una joyita. Gracias por compartir. No quiero excederme Julia, sabés.
ResponderEliminarLG.